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Deuda> Tarjeta de crédito Act. 16 may 2018

Tarjetas de crédito: funcionamiento y definición

Las tarjetas de crédito se han convertido en una parte esencial de la vida cotidiana de la mayoría de personas y ha cambiado por completo la gestión de las finanzas personales. Casi sin darse cuenta, cada español acumula una media de cuatro tarjetas diferentes en su cartera.

tarjetas de crédito

Ante estas cifras, no hay que extrañarse de que en 2007 se contabilizasen un total de 940 millones de operaciones con esta herramienta de pago con un importe medio de 66,37 euros, según datos del Observatorio de Medios de Pago. Los datos del Banco de España hablan de un aumento del 10,43% en el número de ‘plásticos’ en circulación en el país hasta las 43,78 millones de unidades, tres veces más que en 2000.

Estas cifras por sirven por sí mismas para darse cuenta de hasta qué punto las tarjetas de crédito se han convertido en una herramienta de pago habitual para los españoles. Sin embargo, el aumento de casos de deudas acumuladas por un mal uso de este producto también nos lleva a cuestionarse el verdadero grado de conocimientos de ciudadano medio sobre el funcionamiento del dinero de plástico.

Crédito versus débito

El primer paso para entender cómo funciona una tarjeta de crédito es saber en qué consiste exactamente. Y es que hay diferentes tipos de ‘plásticos’ en circulación. Los más comunes son las tarjetas de débito y crédito. La diferencia principal es que en la primera, los pagos se cargan directamente y sobre todo de forma más o menos inmediata a la cuenta bancaria del titular, mientras que en la segunda el pago suele aplazarse en el tiempo (un mes en la mayoría de los casos). De esta forma, las tarjetas de crédito, como su propio nombre indica, son una fórmula de obtener un dinero que todavía no está en la cuenta corriente del usuario pero que se supone que estará en el momento del cobro. Es como si el banco o la entidad emisora adelantasen al titular un dinero que se supone que obtendrá en el corto plazo.

En resumen: mientras que con las tarjetas de débito sólo se puede disponer del dinero que hay en la cuenta (a veces permiten un pequeño descubierto), con las tarjetas de crédito se puede conseguir más capital del que realmente se dispone. De ahí el componente de crédito. La cantidad dependerá de la situación financiera de cada persona y sobre todo de su solvencia.

El funcionamiento general de las tarjetas es relativamente sencillo desde un punto de vista teórico. La entidad bancaria o emisora de la tarjeta pone a disposición del titular del ‘plástico’ un dinero al que éste puede acceder libremente. Se trata de una especie de ‘préstamo’ por un periodo determinado hasta el periodo de liquidación, generalmente a un mes vista. Es decir, el usuario puede hacer sus compras y al final de mes la entidad le cargará todos los gastos que haya realizado. Si la cuenta corriente dispone de fondos se mantendrá el crédito y no habrá que pagar ningún tipo de comisiones ni intereses, pero en caso contrario es cuando entra en funcionamiento el mecanismo de préstamo de la tarjeta con sus intereses y comisiones.

Tipos de tarjetas y formas de pago

Aunque la mayoría de tarjetas de crédito operan de la forma anteriormente descritas, existen diferentes fórmulas de pago y de acceder a ese ‘crédito’, lo que hace que también haya distintos tipos de tarjetas de crédito:

- Tarjeta de crédito clásica: son las más más habituales, las Visa, Mastercard o American Express que cualquier persona tiene en su cartera. El 100% del crédito se cobra a mes vencido, es decir, todo el dinero prestado se devuelve pasado un mes (a veces dos) desde el momento de la compra. El capital ‘prestado’ durante ese periodo no se ofrece sin intereses siempre que sea capaz de pagar una vez termina ese periodo de gracia. En caso de que no disponga de saldo se comenzarán a cobrar intereses como parte del préstamo. Su crédito oscila normalmente entre los 600 y los 1.200 euros al mes.
- Tarjetas oro y platino: funcionan exactamente igual que las tarjetas de crédito convencionales, sólo que en este caso la línea de crédito es mucho mayor y suelen tener aparejados una serie de servicios adicionales. En teoría están destinadas a los llamados clientes VIP o que hagan un uso muy frecuente de su tarjeta.
- Tarjetas revolviese: todas las tarjetas de crédito funcionan aplazando el pago, pero las llamadas de revolving tienen una operativa especial. Su uso está muy extendido en Estados Unidos aunque no tanto en España y básicamente permite el pago aplazado mediante una cuota fija. Es decir, parte de la base de un préstamo por el que el titular pagará una cantidad fija al mes en lugar de tener que abonar todo de golpe una vez llegado el momento de liquidación. Así, el titular puede gastar independientemente del capital que tenga en su cuenta y después elegir la cuota que devolverá cada mes de ese dinero que ha tomado prestado. Su mayor inconveniente radica en los altos intereses que cobran por estos préstamos, aunque a cambio los pagos mínimos son de lo más flexible y generalmente no exceden el 5% del crédito convenido.
- Tarjetas de puntos: se trata de tarjetas de crédito que ofrecen ventajas adicionales como programas de puntos para obtener viajes gratis, ahorrar en gasolina, descuentos en tiendas…
- Tarjetas de crédito virtuales: su funcionamiento es similar al de las tarjetas tradicionales de prepago (hay que cargarlas con el dinero del que se quiere disponer) y la principal diferencia es que en este caso no existe un soporte físico (plástico) para la tarjeta. Se utilizan principalmente para el comercio en Internet a través de compañías como PayPal y otros medios de pago virtuales. Además, generalmente pertenecen a los emisores y no a las entidades bancarias.

Ventajas y peligros de las tarjetas

El beneficio más evidente de las tarjetas de crédito es precisamente la posibilidad de acceder a un dinero del que realmente no se dispone sin tener que solicitar un préstamo y en tiempo real: al momento. Así, por ejemplo, si surge un gasto imprevisto a mediados de mes y no se dispone de liquidez para afrontarlo, se puede recurrir a la tarjeta de crédito, siendo conscientes de que habrá que pagar a principios del mes que viene o cuando se haya establecido la fecha de liquidación, momento en el que previsiblemente sí se contará con ese dinero. Además, se trata de una línea de crédito que se ‘repone’ constantemente según se va reduciendo la deuda.

El crédito que ofrece el dinero de plástico puede ser muy útil tanto para empresas como particulares en la llamada gestión de flujos de caja (dinero que se ingresa y se paga). Se puede sacar rendimiento del dinero en la cuenta mientras se utiliza un ‘préstamo’ a un mes sin intereses, una operativa que también supone una serie de riesgos también evidentes. El más claro de todos es la posibilidad de terminar endeudado sin apenas darse cuenta. La ‘invitación’ al descontrol financiero (gastar más de lo que se tiene) es precisamente la mayor crítica que se hace a las tarjetas de crédito. Y es que una vez se supera el dinero disponible en la cuenta o que se incurre en el impago de una de las cuotas es cuando empiezan a correr los intereses de estos créditos, que además generalmente son mayores que los de los préstamos personales. A estos habrá que añadir gastos fijos y comisiones pode determinadas operaciones, como con cualquier otro producto financiero.

Pese a que se trata de una herramienta demonizada por muchos expertos en gestión financiera, siempre es recomendable contar por lo menos con una tarjeta para poder acceder a esa línea de crédito. Además, es un método muy eficaz para controlar los gastos, aunque sus utilidades, comisiones y resto de servicios adicionales (y muy útiles) los desglosaremos al detalle en la siguiente entrega de esta guía sobre las tarjetas de crédito.