Microplásticos: la amenaza invisible en nuestros cuerpos y el medioambiente
Los microplásticos son fragmentos de plástico menores de 5 milímetros. Estos, han sido capaz de penetrar en todos los rincones del planeta, incluso en el cuerpo humano. Desde su descubrimiento en 2004, estos contaminantes han mostrado estar presentes en tejidos y órganos. Reducir la producción y uso de plásticos es crucial para mitigar esta creciente amenaza para el medioambiente.
En este siglo una palabra nueva ha venido a añadirse al vocabulario medioambiental: microplásticos. Fue el biólogo marino Richard Thompson, de la Universidad de Plymouth, quien primero usó este término en 2004, en un estudio que descubría la abundancia de fragmentos microscópicos de plástico en los océanos. Hoy sabemos que son una contaminación de la que no se escapa ningún rincón del planeta. Pero más preocupante es el descubrimiento de estudios recientes: los microplásticos ya están dentro de nosotros, en nuestros tejidos y órganos. Y aún no conocemos el alcance de su toxicidad.
Según la definición de organismos como la Administración Oceánica y Atmosférica de EEUU (NOAA) o la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA), los microplásticos son aquellos con un tamaño menor de 5 milímetros, aproximadamente el de la goma de un lápiz. Los primarios son aquellos que ya se fabrican con este tamaño. Están presentes en múltiples productos, como cosméticos, ropa, fertilizantes, limpiadores o pinturas. Curiosamente, en la UE la mayor fuente de esta contaminación es el relleno de las canchas de césped artificial. Por otra parte, los secundarios son aquellos que se generan por la degradación de otros.
Según datos de la Agencia Europea de Medioambiente a partir de diversos estudios, cada año se vierte al medio ambiente del 2 al 4% de la producción mundial de plástico, entre 6 y 15 millones de toneladas; de unas 3 millones de toneladas de microplásticos primarios, la mitad va a parar al océano. En los fondos marinos ya hay acumuladas más de 14 millones de toneladas, pero no hay lugar que no hayan invadido, desde la atmósfera a los polos, en las cumbres y en las fosas marinas. Su presencia es tan ubicua que, según un estudio, están penetrando en sedimentos lacustres anteriores a la época de los plásticos, con lo cual su presencia deja de ser un marcador geológico adecuado del Antropoceno, la era humana.
Microplásticos: de la comida, al cerebro
Lo que otras investigaciones están descubriendo es aún más alarmante. Los microplásticos están presentes en el aire, en el agua, en los envases de comida y bebida, y en la cadena alimentaria: pueden entrar por los organismos marinos, pero también las plantas los absorben del suelo, pasando a los animales que las comen. Un estudio de la Universidad de Victoria (Canadá) intentó estimar la cantidad de microplásticos que entran en nuestro cuerpo, una tarea ardua. Los autores calcularon que solo en el 15% de la dieta ingerimos hasta 52.000 partículas al año, que aumentan a 121.000 con el aire inhalado. Pero admitían que esto es una subestimación, y que probablemente la cifra total real esté en el rango de cientos de miles. O mucho mayor: otro estudio del Trinity College de Dublín estimó que los bebés pueden ingerir un millón de partículas al día en los biberones de plástico, donde se liberan al calentarlos.
En 2018 se detectó por primera vez la presencia de microplásticos de hasta nueve tipos en las heces humanas —también en las de bebés—, y se ha encontrado una mayor presencia en las personas con enfermedad inflamatoria intestinal, sobre todo cuanto más acusados son los síntomas. Con todo, si se expulsaran tal cual se ingieren, sería menos preocupante. Pero no es el caso: los absorbemos. Diversos estudios los han descubierto en la sangre, en la placenta, en la leche materna y en diversos órganos. Y como además los inhalamos, también llegan a lo más profundo de los pulmones.
Más llamativo aún es lo que encontró un grupo de investigadores de la Universidad Médica de Viena, la de Debrecen en Hungría y otras instituciones, cuando administró oralmente micro y nanoplásticos —los que son menores de 0,001 milímetros— a un grupo de ratones: solo dos horas después de la ingesta, estos materiales se encontraron en el cerebro de los animales. Otros estudios similares han confirmado la detección de microplásticos en el cerebro de los ratones y su diseminación por todo el organismo.
Pero dado que el cerebro está protegido por la barrera hematoencefálica que filtra lo que le llega desde la sangre, como el estricto control de seguridad de un aeropuerto, ¿cómo llegan allí los microplásticos? Se ha descrito que ciertas moléculas del entorno pueden adherirse fuertemente a las partículas plásticas, formando lo que se llama una corona. Los investigadores descubrieron que las partículas de un cierto tamaño con una corona de colesterol —un lípido esencial en las células— podían cruzar la barrera.
Los efectos de los microplásticos
Frente a todo esto, el efecto de los microplásticos en el organismo aún es un terreno casi inexplorado. Su acción puede ser tanto física, por las propias partículas, como química, a través de las sustancias que los plásticos llevan como aditivos —por ejemplo, disruptores endocrinos—, e incluso infecciosa, mediante microorganismos adheridos al plástico. Entre los efectos podrían contarse el estrés oxidativo y la inflamación, factores relacionados con el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y otras. Se ha observado una correlación entre la presencia de microplásticos en las placas de las arterias y un mayor riesgo de infarto o ictus.
Según el codirector del estudio austrohúngaro, Lukas Kenner, “en el cerebro, las partículas de plástico podrían aumentar el riesgo de inflamación, trastornos neurológicos o incluso enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o el párkinson”. En los estudios con ratones mencionados arriba se han encontrado cambios neurocognitivos o déficits de aprendizaje y memoria, aunque no necesariamente esto es aplicable a humanos.
Y ¿cómo podemos reducir nuestra ingesta de microplásticos? Según el estudio canadiense, una medida que puede ayudar es beber agua del grifo en lugar de embotellada —lo cual además es ecológicamente preferible—: el agua en botella añade 90.000 microplásticos a la ingesta habitual, frente a solo 4.000 en el agua corriente. Pero para los autores del estudio, hacen falta medidas más radicales: “Si seguimos el principio de precaución, la manera más eficaz de reducir el consumo humano de microplásticos probablemente será reducir la producción y el uso de plásticos”. En cuanto a los biberones, los autores del estudio irlandés recomiendan no calentar la leche en el biberón, sino en un recipiente no plástico.