Tejidos innovadores para una moda más sostenible
La moda, tercera industria más contaminante, contribuye con hasta el 10% de las emisiones de gases de efectos invernadero (GEI). Alternativas como fibras de residuos alimentarios ofrecen promesas sostenibles, pero aún se enfrentan a grandes desafíos.
Hoy en día, todos sabemos que ciertas industrias dejan una profunda huella ambiental: los combustibles fósiles, la agricultura, la ganadería, el transporte y la energía. Sin embargo, rara vez se menciona a la moda, la tercera industria más contaminante, responsable de hasta el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Dado que dos tercios de estas emisiones provienen de los materiales, la innovación en fibras textiles podría reducir sustancialmente el impacto ambiental de esta industria.
Podemos pensar que las fibras naturales, como el algodón o la lana, son más ecológicas que las sintéticas, como el poliéster o el nailon, plásticos derivados del petróleo. Hoy en día, el poliéster domina el mercado textil con un 65%, frente al 21% del algodón. Su popularidad se debe a que es una fibra barata, versátil y duradera, incluso más que las fibras naturales. Sin embargo, su producción consume alrededor de 342 millones de barriles de petróleo cada año. Además, sus emisiones de CO2 duplican las de una prenda similar de algodón. Por eso, es recomendable optar por fibras naturales.
Y sin embargo, aunque estas pueden ser comparativamente preferibles, su huella ambiental sigue siendo muy elevada. Son productos de la agricultura o la ganadería, dos de los sectores con mayor impacto climático. En general puede decirse que los tejidos naturales, si bien consumen menos energía que los sintéticos, se ven penalizados por el uso de tierras y agua. Por lo tanto, la innovación debería buscar materiales que no se cultiven, o cuyo cultivo recorte drásticamente el gasto de estos recursos esenciales.
Las fibras vegetales, una alternativa
Los tejidos naturales están compuestos esencialmente por celulosa (un polisacárido), como el algodón, o por proteínas, como la lana. Así, cualquier fuente de estos materiales o de otros con propiedades similares, como la quitina del caparazón de los crustáceos (el segundo polisacárido más abundante en la naturaleza después de la celulosa), es una posible materia prima. Entre las proteínas se exploran opciones como los residuos de la leche. En el caso de la celulosa existen alternativas de largo recorrido como el rayón o viscosa, con más de un siglo de historia y que se obtiene de la madera. Variaciones de aparición más reciente son el Modal o el Lyocell; este último prescinde de un compuesto tóxico utilizado en el rayón.
En la misma línea, fibras vegetales obtenidas del loto, las algas o el maíz se presentan como opciones más ecológicas que el algodón, ya que consumen menos recursos. Pero si se trata de no requerir un cultivo específico, una opción interesante son los residuos de alimentos o la parte de ellos que no se aprovecha. Algunos ejemplos que se están aplicando son el peciolo de los plátanos, las hojas de la piña, la piel y pulpa de la naranja o los restos del café molido.
Nuevos tejidos más sostenibles
Algunas compañías ya producen estos tejidos que tienen en cuenta el aprovechamiento alimentario: la italiana Orange Fiber utiliza parte de los 700 millones de toneladas de residuos de la industria siciliana del zumo de naranja. La española Carmen Hijosa creó el Piñatex, un material innovador que imita el cuero y que se fabrica a partir de hojas de piña. Lo comercializa Ananas Anam y lo utilizan marcas como Nike.
Este es uno de los materiales que impulsan el mercado del cuero vegano; más allá de las objeciones éticas al cuero natural para parte de la población, lo cierto es que a este material se le atribuye además una factura ambiental más costosa que a su principal sustituto artificial, el poliuretano, derivado del petróleo. Para prescindir de la polipiel petroquímica se fabrican nuevos materiales similares al cuero obtenidos de hongos cultivados en serrín o residuos agrícolas, entre otras fuentes vegetales como corteza de árbol, maíz, cactus, piel de manzana, flores o incluso el kombucha, un cultivo simbiótico de bacterias y levaduras que se utiliza para fermentar la bebida del mismo nombre.
El coste ambiental de la moda
No obstante y sin desmerecer los beneficios de estos nuevos materiales como el menor consumo de agua y tierras, no todo son ventajas, ya que la fabricación a menudo incluye procesos y compuestos que lastran su coste ambiental. La fibra de naranja utiliza también pulpa de madera, como el rayón, y el Piñatex, cuyo material de origen es biodegradable, incluye derivados del petróleo en su procesado. Según escribía la investigadora Jane Wood, del Instituto de Moda de la Universidad Metropolitana de Manchester, “esta es un área que debe resolverse para cumplir las demandas de un producto completamente sostenible”.
Lo anterior se refiere a los materiales de origen biológico. Pero los expertos señalan que una verdadera transformación de la industria exige actuar sobre el rey del mercado, el poliéster. Una propuesta es el reciclaje, fabricar textiles a partir de la basura plástica, como las botellas de agua, lo que reduce el uso de materia prima y puede recortar a la mitad el consumo energético y las emisiones de CO2. Esta reconversión de los residuos plásticos en ropa se presenta como una vía para mitigar la contaminación; sin embargo, prolonga el problema de los microplásticos, abundantes en el medio ambiente y en los seres vivos, y una de cuyas fuentes principales es el lavado y desechado de las fibras sintéticas.
En resumen, las propuestas son muy numerosas, pero siempre hay un factor limitante: el precio. “Los fabricantes textiles deben crear beneficio para ser negocios viables”, apunta Wood, y esto implica que cualquier tecnología costosa y sofisticada tendrá que competir en precio. Voces de expertos piden al público que abandone la actual fast fashion en favor de la tradicional slow fashion, que consuma menos ropa y más cara, estire más la vida útil de las prendas, reutilice y compre de segunda mano; pero según escribía en Harvard Business Review Kenneth Pucker, profesor de la Universidad Tufts, “pedir a los consumidores que cuadren su intención con su acción y que compren moda sostenible más cara no está funcionando”.