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Alimentación 30 jun 2025

El impacto del desperdicio alimentario: un problema económico, social y medioambiental

El desperdicio alimentario no solo afecta a la economía global y a la seguridad alimentaria, sino que también agrava la crisis medioambiental. En 2022, más de 1.000 millones de toneladas de alimentos terminaron en la basura, impactando tanto a productores como a consumidores. Este desperdicio genera el 10 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI), según un informe de la ONU.

José María Gil, director del Centro de Investigación en Economía y Desarrollo Agroalimentario (CREDA-UPC-IRTA), sostiene que el desperdicio alimentario no es solo una cuestión de precio. “No valoramos los alimentos ni el esfuerzo de quienes trabajan en condiciones difíciles para que podamos tener comida disponible”, destaca Gil.

En tiempos de escasez, se aprovechaba todo. Sin embargo, en las sociedades ricas, el desperdicio es menos relevante porque la comida ocupa una menor parte del presupuesto familiar. Gil destaca que esta actitud se repite en personas del mismo estatus socioeconómico, sin importar su país de origen.

El desperdicio alimentario en cifras

Según el Informe sobre el índice de desperdicio de alimentos 2024, cada persona desperdicia una media de 79 kilos de comida al año. Este problema no se limita solo a los países ricos: en América Latina, por ejemplo, las cifras varían entre 70 y 129 kilos por persona, dependiendo de la ciudad. Realizar mediciones exactas es difícil, pero la tendencia es clara: millones de toneladas de alimentos acaban en la basura cada año, a nivel global.

Este desperdicio no solo se da en los hogares. Se extiende a puntos de venta, restaurantes, hospitales, colegios y otras instituciones. La falta de planificación, el desconocimiento sobre la conservación adecuada de los alimentos y las compras impulsivas son algunos de los factores que contribuyen a este problema sistémico.

El impacto social del desperdicio de alimento

En el desperdicio alimentario entran en juego también la compra por impulso, la falta de planificación y el desconocimiento sobre cómo aprovechar, conservar y almacenar de forma correcta los productos. ¿Y cuáles son los alimentos que más se desperdician? En España, se desperdiciaron 1.170 millones de kilos en 2022 (una media de 65 kilos por persona) y las frutas fueron las principales protagonistas.

El informe de la ONU ofrece datos obtenidos por diferentes estudios en América Latina. Estos hablan de una media de desperdicio de 70 kilos por persona en los hogares de Bogotá (Colombia), 91 en los de Lima (Perú), 129 en los de Ensenada (México) y 93 en los de Chacao (Venezuela). No obstante, hay que tener en cuenta que realizar estas mediciones es complicado y en algunos casos prácticamente imposible, por lo que cuando hablamos tanto de pérdida como de desperdicio alimentario lo hacemos siempre con cifras que no son firmes.

Al despilfarro de los hogares se suma también el que se da en los puntos de venta, en servicios de hostelería como bares y restaurantes y en comedores de hospitales, colegios y otras instituciones. Cada alimento desaprovechado, ya sea en el origen o en el destino de este largo viaje, contribuye a dar forma a una cifra final que puede no ser firme, pero sí suficiente para poner de manifiesto un problema sistémico: más de 1.000 millones de toneladas de alimentos terminan cada año en la basura.

Podcast | ¿Qué se puede hacer para evitar el desperdicio alimentario en casa?

00:00 17:08

El impacto social del desperdicio de alimentos

La pérdida y el desperdicio alimentario tienen numerosas caras y su impacto podría compararse con el de un iceberg: una gran parte no se ve a simple vista. A menudo, en la punta visible están las consecuencias sociales.

“Cuantos más alimentos desperdiciamos, menos habrá disponibles para las personas, especialmente para las más vulnerables”, explican Eva González y Ana Lapeña, responsables del área de Cultura de Sostenibilidad de ECODES, una organización independiente y sin ánimo de lucro que trabaja para fomentar un desarrollo sostenible con el medioambiente.

“Además, el desperdicio alimentario hace que suban los precios de los alimentos y eso hace que estos sean menos accesibles. De esta manera, contribuye a la inseguridad alimentaria, exacerbando la pobreza y aumentando la desigualdad social”, explican.

De acuerdo con El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2023, una publicación realizada por la FAO, el FIDA, la OMS, el PMA y UNICEF, casi el 30 % de la población mundial (unos 2.400 millones de personas) no tenía acceso constante a alimentos en 2022. Y las previsiones señalan que cerca de 670 millones de personas seguirán padeciendo hambre en 2030, alcanzando así cifras similares a las de 2015.

Las consecuencias sociales de la pérdida y el desperdicio alimentario se dan a lo largo de toda la cadena. “En las primeras fases, la pérdida alimentaria afecta directamente a los productores que pierden ingresos debido a los alimentos no vendidos. El impacto es mayor en los países en desarrollo, especialmente en regiones donde el acceso a tecnologías de almacenamiento y de transporte adecuadas es limitado”, afirman González y Lapeña.

Los impactos de la última fase de la cadena, la relacionada con el consumo, también tienen relevancia. “Las principales consecuencias son el aumento de la carga económica al desperdiciar dinero en alimentos que no se consumen, la disminución de los productos disponibles para las personas vulnerables y el aumento de las desigualdades”, señalan las responsables del área de Cultura de Sostenibilidad de ECODES.

Esta realidad se repite en países de todo el mundo, incluso en los más desarrollados. “EE. UU., por ejemplo, enfrenta graves problemas de desperdicio. Algunas estimaciones señalan que no se aprovechan hasta un 40 % de los alimentos producidos, siendo en las fases de comercialización y consumo en las que más se concentra el despilfarro”, indican González y Lapeña.

Una de las partes del iceberg que a menudo queda oculta bajo el agua es el hecho de que el desperdicio pone en riesgo a las posibilidades de alimentación de las generaciones futuras. Algo que conecta directamente con las consecuencias medioambientales de este problema.

El impacto medioambiental de la pérdida de alimentos

“Cuando se tira un alimento, también estamos enviando a la basura todos los insumos que se han invertido para producirlo, manufacturarlo, transportarlo y conservarlo”, señalan González y Lapeña. ¿Y cuáles son estos recursos? En primer lugar, está el agua. Tal y como explican desde ECODES, el uso de recursos hídricos superficiales y subterráneos asociado al desperdicio de alimentos representa alrededor del 20 % de todo el consumo de agua dulce del planeta. Al líquido se suman muchos otros insumos, como agroquímicos y energía.

Entra en juego, también, el uso del suelo: casi una tercera parte de las tierras agrícolas de todo el mundo se destina a producir los bienes que nunca se van a consumir. “Es como si dedicáramos una superficie equivalente a la de 28 veces España a producir comida que no se va a aprovechar”, señalan las responsables del área de Cultura de Sostenibilidad de ECODES.

Si el desperdicio alimentario fuera un país, sería el tercer emisor de gases de efecto invernadero del planeta

El sistema actual de producción de alimentos tiene un impacto significativo en los cambios de uso del suelo. La deforestación que se produce al talar bosques y selvas para la expansión de la agricultura y la ganadería, por ejemplo, reduce la biodiversidad y el hábitat de la vida silvestre y favorece que se liberen grandes cantidades de dióxido de carbono (CO₂), lo que acelera el cambio climático.

Por otro lado, la agricultura, cuando se lleva a cabo de manera intensiva y sin prácticas sostenibles, tiene numerosos efectos negativos en la calidad del suelo. “La erosión, la compactación, la salinización y la pérdida de materia orgánica son algunos de los procesos que pueden degradar el suelo, disminuyendo su fertilidad y su capacidad para mantener la producción de alimentos a largo plazo”, añaden González y Lapeña.

Entran en juego, también, las emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. Actualmente, y de acuerdo con la ONU, la pérdida y el desperdicio generan entre el 8 % y el 10 % de las emisiones mundiales de estos gases, casi cinco veces más que el sector de la aviación. Si el desperdicio alimentario fuera un país, sería el tercer emisor de gases de efecto invernadero del planeta, solo por detrás de China y EE. UU.

Todo esto contribuye a dar forma al gran iceberg que suponen las consecuencias de la pérdida y el desperdicio de alimentos. Un iceberg en el que también se esconde el coste económico, que cada año deja una importante factura al planeta. De acuerdo con la FAO, este asciende a un billón de dólares anuales. Sin embargo, si se tuviesen en cuenta costes ocultos de impactos ecológicos y sociales derivados, la cifra sería mucho mayor.