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Producción de frutas: cómo integrar prácticas agrícolas sostenibles

Semillas adaptadas al entorno, cubiertas vegetales, uso racional del agua y los fertilizantes, rotación de cultivos y reducción de la labranza, integración del ganado para eliminar maleza y fertilizar suelo… Cultivar frutas de forma más sostenible es posible. La agroecología y la agricultura regenerativa aportan pistas.

Hace una década, la granja de Planeses se encontraba prácticamente abandonada: su suelo hacía tiempo que no era lo suficientemente fértil. Hoy es un lugar donde se crían pollos, gallinas y vacas de pastoreo. También se cultivan frutas y verduras mediante técnicas de agricultura regenerativa, sin depender de combustibles fósiles ni fertilizantes químicos. Además, el suelo ha ganado en fertilidad, tiene mayor biodiversidad de insectos y microorganismos, absorbe más agua y es capaz de capturar más carbono de la atmósfera.

La granja de Planeses, en la comarca de La Garrotxa (Girona), forma parte del proyecto Regenera.cat liderado por el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Además, junto a otras tres fincas regenerativas y cuatro convencionales, ha formado parte de un estudio preliminar de rentabilidad económica. Y la conclusiones son claras: la agricultura regenerativa podría producir la misma cantidad de alimentos que la convencional. De hecho, a largo plazo, con un coste económico igual o menor.

“Una de las reticencias del sector agrario para implementar prácticas agrícolas más sostenibles se basa en argumentos que afirman que son más caras y menos productivas, así que estos resultados, a pesar de que de momento son a pequeña escala y hay que ampliar la investigación, son esperanzadores”, señala Javier Retana, profesor de la UAB e investigador del CREAF y coordinador del proyecto. A pesar de casos como este, integrar las prácticas agrícolas sostenibles en la agricultura y, en particular, en la producción de frutas, no es sencillo.

La producción sostenible de frutas

A varios cientos de kilómetros al sur de La Garrotxa, la zona de la Axarquía (Málaga) es uno de los puntos de máxima producción de frutas de la península ibérica. Allí, investigadores del grupo WEARE-EAARN (Water, Environmental and Agricultural Resources Economics) de la Universidad de Córdoba estudian los cultivos hortícolas, subtropicales y de olivar no solo para proponer vías para integrar prácticas más sostenibles en la industria, sino también para hacerlo de forma económicamente viable.

“Una práctica sostenible es aquella que contribuye a la preservación y a la mejora del entorno sin ejercer ningún daño en el mismo a corto o largo plazo. Además, estas prácticas se basan en el uso eficiente de los recursos naturales, reduciendo los residuos y emisiones”, explica Laura Sánchez-Mata, ingeniera agrónoma e investigadora del grupo WEARE-EAARN. Dentro de esta definición, encaja un amplio abanico de prácticas que van desde las más transformadoras, como la agroecología y la agricultura regenerativa, a otras más puntuales y concretas.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, las principales prácticas sostenibles para la producción de frutas son:

  • La mejora de las semillas y del material vegetal. Debe ser genéticamente puro, tener una alta tasa de germinación y estar libre de enfermedades. Además, las variedades deben adaptarse al entorno local y a las preferencias del mercado.
  • El riego adecuado y el uso eficiente del agua, adaptado a la disponibilidad de esta y a las condiciones meteorológicas del entorno con el objetivo de minimizar el desperdicio.
  • El uso racional de los fertilizantes, priorizando en la medida de lo posible el uso de compost y fertilizantes de base biológica.
  • La lucha integrada contra las plagas y las enfermedades, evitando el uso excesivo de productos químicos que causan problemas sanitarios y ambientales.
  • La rotación de cultivos y el uso de cultivos intercalados. Ayuda a mantener la fertilidad del suelo y a controlar las plagas y las enfermedades.
  • La producción integrada con el ganado. Los animales pueden pastorear bajo los árboles frutales, donde ayudan a eliminar las malezas y a fertilizar el suelo.
  • El uso de enmiendas del suelo, como la cubierta vegetal o el abono, para controlar la erosión y aumentar la fertilidad.
  • La reducción de la labranza, que destruye la estructura del suelo, reduce la humedad, mata los organismos y acelera la descomposición de la materia orgánica y la liberación de dióxido de carbono a la atmósfera.

De acuerdo con la FAO, las prácticas de agricultura ecológica, que buscan evitar el uso de insumos sintéticos, utilizar cubiertas vegetales y asociación de cultivos para reducir la erosión y controlar las plagas o minimizar el gasto de agua, son particularmente adecuadas para el cultivo de frutas y verduras, ya que los horticultores pueden proporcionar el nivel de mano de obra y de gestión necesario para implementarlas.

Cómo integrar las prácticas sostenibles en la producción de frutas

El mundo produce algo más de 900 millones de toneladas de frutas al año, según las estadísticas de la FAO. Las principales son el plátano y la banana, los cítricos (como la naranja o el limón), los melones, la manzana y la uva. A pesar de que la industrialización de la agricultura ha avanzado en las últimas décadas, más de la mitad de las frutas y las verduras se cultivan en explotaciones agrícolas pequeñas, la mayoría de carácter familiar. Estas suelen depender de un único cultivo y son más vulnerables a la volatilidad de los precios de los fertilizantes y los combustibles y a los fenómenos meteorológicos extremos potenciados por el cambio climático.

Por eso, estas explotaciones son también las más indicadas para apostar por los modelos agrícolas sostenibles. Por ejemplo, según los investigadores del grupo WEARE-EAARN, las cubiertas vegetales y el ‘mulching’ (aplicar materia vegetal triturada sobre el suelo) reducen la erosión y protegen los cultivos frente a la sequía. Además, las prácticas agroecológicas suelen combinar distintas fuentes de ingresos y cultivos, por lo que pueden ser más resilientes a los vaivenes del mercado. Sin embargo, existen barreras para su adopción.

“Hemos investigado los factores socioeconómicos que hacen que los agricultores no estén dispuestos a adoptar prácticas sostenibles con el medioambiente. Entre ellas, hemos detectado la edad, la dependencia en los ingresos del hogar de la actividad agraria, no recibir subvenciones o ayudas y que la explotación no sea de gran tamaño como factores que influyen negativamente en la adopción de dichas prácticas”, explica Laura Sánchez-Mata. “No obstante, también hay prácticas conductuales que queremos investigar en la siguiente fase del proyecto”.

En su estudio, también concluyen que la educación y la formación agraria influye positivamente en la adopción de prácticas sostenibles, así como el acceso a ayuda técnica. “La creación de políticas orientadas a la educación de los distintos actores de la cadena de valor del sector agroalimentario, creando conciencia ambiental, sería muy recomendable”, concluye la investigadora. “También es importante pertenecer a una asociación agraria, ya que el hecho de tener una comunidad donde compartir preocupaciones e ideas facilita el proceso de transformación hacía un sector más sostenible”.