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Urbanismo y construcción Act. 18 may 2018

Cómo cambiarán las ciudades con los coches autónomos

La planificación urbana del siglo XX se desarrolló en torno al concepto tradicional de coche con conductor. Por eso, la llegada de los vehículos autónomos hará necesario replantear el diseño de las metrópolis y sus periferias.

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Desde que en 2014 Google presentó un vídeo de su prototipo de coche autónomo, se ha hablado mucho sobre las implicaciones que podría tener el despliegue masivo de estos vehículos: ¿qué efectos tendrán en la seguridad vial? ¿qué pasará con la industria del seguro? Y, a nivel laboral, ¿qué será de todos los que se ganan la vida con un volante entre las manos, ya sea con un coche, un camión o un autobús?

Mientras, la lucha entre algunas de las empresas más llamativas del planeta por desarrollar coches autónomos —la propia Google, Uber o Tesla…— también ha protagonizado muchos titulares. Sin embargo, un aspecto clave de este debate pasa algo desapercibido: el urbanístico.

Gran parte de las ciudades occidentales, y especialmente en Estados Unidos, están diseñadas sobre la base de que el coche es básico e imprescindible. Si a esos coches, auténticos reyes urbanos, les quitamos el conductor, ¿qué pasará con nuestras ciudades?

Los expertos no se ponen de acuerdo. Todos coinciden en que la generalización de los coches autónomos será una realidad en la primera mitad de este siglo (solo en la Unión Europea, según PwC, habrá 27 millones circulando en 2030), pero no coinciden en mucho más, ni siquiera en que dicha generalización vaya a ser indudablemente buena para la calidad de vida urbana.

Los más optimistas parten de la premisa de que la generalización del coche autónomo provocará que haya menos tráfico y menos necesidad de aparcamiento y garajes, dos efectos indudablemente positivos.

La reducción del tráfico se deberá a que habrá muchos menos accidentes, con todo lo que eso supone en cuanto a retrasos, embotellamientos y atascos. Sin las distracciones humanas y con toda la tecnología a su servicio, los coches autónomos serán mucho más seguros. Un informe de la consultora McKinsey calcula que el número de accidentes de tráfico en Estados Unidos caerá, gracias a los coches sin conductor, un 90%.

Los garajes serían menos importantes por una premisa más discutible: el coche sin conductor aumentará drásticamente el uso de la movilidad compartida —según un informe de la consultora Boston Consulting Group, en 2030 una de cuatro millas que se recorran en Estados Unidos será en vehículo compartido— y reducirá el número de vehículos en propiedad. Y sin coche en propiedad, no se necesita garaje.

Según estas premisas, circularán menos coches, pero estarán casi constantemente utilizándose para atender las llamadas de sus usuarios, que tendrán un modelo de uso por suscripción o los solicitarán puntualmente por una aplicación, como ya se hace en la actualidad con Uber, Cabify o servicios de alquiler por minutos tipo Car2Go.

Una ciudad, ¿dos burbujas?

Uno de los expertos más optimistas es Kinder Baumgardner, director de una consultora de diseño urbano y paisajismo, SWA, que ha realizado varios proyectos para el estado de Texas y la ciudad de Houston, conocida por sus enormes autopistas. Concibe la ciudad del futuro como un conjunto de agradables “burbujas peatonales” a las que los ciudadanos llegarán en coches autónomos por grandes vías para automóviles, es decir, burbujas para los coches.

Esas “burbujas peatonales” y la periferia de las grandes urbes resultan en su visión casi bucólicas. Se reducirá el número total de coches, y eso liberará mucho espacio en los centros urbanos que actualmente se dedica a garajes. Donde antes se aparcaba, habrá pequeñas empresas y comercios. Además, las periferias “se volverán un lugar más agradable y con más demanda, ya que su principal inconveniente, conducir, desaparecerá”. Los característicos ‘cul-de-sac’ (vías sin salida) de los suburbios estadounidenses vivirán en un perpetuo domingo, ya que nadie tendrá miedo de que un coche autónomo cause un atropello.

Un informe de dos instituciones estadounidenses ligadas al MIT, el Urban Economics Lab y el Center for Real Estate (que estudia los efectos inmobiliarios del coche autónomo), también destaca el posible impacto en el futuro de los garajes. “En las zonas urbanas más densas”, explica, “la demanda de espacio para aparcar podría decrecer drásticamente. Los despachos de arquitectura más punteros ya están diseñando los garajes de tal forma que pueden reconvertirse fácilmente en espacio para oficinas”.

Esta visión optimista del futuro de las ciudades y el coche autónomo tiene un punto débil: ¿hasta qué punto es seguro que el desarrollo del coche autónomo implique más movilidad compartida y menos coches en propiedad?

Un estudio realizado por el Instituto de Estudios sobre el Transporte, afincado en California, llegó a la conclusión de que en Estados Unidos, aplicaciones de movilidad como Lyft y Uber solo habían reducido mínimamente el número de vehículos en propiedad, y además habían provocado menos desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público. “Están contribuyendo al crecimiento en el número de millas que se realizan en coche en las principales ciudades del estudio”, decían los autores.

Por eso, el informe del Urban Economics Lab y el Center for Real Estate pide medidas a las autoridades: “Sin políticas que incentiven la movilidad compartida en coches autónomos, la reducción del tiempo de viaje y de su coste aumentará el número de vehículos con un solo ocupante y las distancias recorridas en unas metrópolis cada vez más extensas”.

Otra sombra sobre el supuesto impacto positivo del coche autónomo en las ciudades es la necesidad de que éstas estén preparadas tecnológicamente. ¿Pueden mejorar los vehículos sin conductor un entorno que los acoge sin la adecuada preparación tecnológica? En 2015, la estadounidense Liga Nacional de Ciudades realizó un informe con 68 urbes, incluidas las 50 más grandes de Estados Unidos, y solo el 6% había estudiado en sus planes de movilidad el impacto futuro de los vehículos autónomos.

Frente a este escepticismo, Baumgardner recurre en este informe —“Más allá del coche ‘mono’ de Google”— a un precedente histórico. Cuando se inventaron los motores de combustión muchos decían que ir en un coche sin caballos les daba miedo: “Cualquiera puede llevar un coche a caballo, y cualquiera podrá conducir. Pero los luditas del volante quedarán relegados a las carreteras secundarias, y pagarán unas primas enormes por sus seguros”.