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Un tesoro en el Mediterráneo: así contribuye la posidonia a la biodiversidad

Las posidonias son plantas acuáticas que protegen el litoral de la erosión, fijan sedimentos, cargan las aguas de oxígeno y almacenan carbono azul. Por eso, salvaguardar estas praderas submarinas es esencial para mantener la biodiversidad del mar y frenar el cambio climático.

A lo largo de la historia, los pueblos del Mediterráneo han sabido aprovechar los restos de posidonia que el mar arrastraba hasta sus costas. Servían para construir techos, para ahuyentar a las chinches y para alimentar al ganado. Se utilizaban también para envolver objetos frágiles y valiosos, de cerámica o vidrio. Por eso se la conoce también como el alga de los vidrieros.

Sin embargo, la posidonia no es un alga. Se trata de una planta que se adaptó a la vida acuática hace millones de años, y que hoy forma extensas praderas submarinas que contribuyen a mantener la biodiversidad del mar. Su aportación no acaba ahí: protege el litoral de la erosión, llena las aguas de oxígeno y almacena carbono azul. Hoy, proteger la posidonia es un objetivo claro en las costas del Mediterráneo.

Un bosque submarino

La posidonia oceánica es una planta marina endémica del Mediterráneo. Como tal, y a diferencia de las algas, cuenta con hojas, tallo, raíces y flores que producen semillas y frutos. Cerca de la costa y hasta los 44 metros de profundidad, la posidonia forma grandes extensiones de praderas marinas de gran valor ecológico.

“La posidonia es muy importante porque es el equivalente a los árboles de un bosque: proporciona un hábitat a multitud de especies que viven allí o que pasan parte de su ciclo de vida entre las plantas”, explica Nùria Marbá, investigadora científica del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA-CSIC).

Tanto en los bosques como en las praderas de posidonia, se dan las mismas relaciones: los vegetales sirven de alimento a los herbívoros, que a su vez son consumidos por los carnívoros. Estos, por último, son el sustento de los superdepredadores. Cuando las plantas y los animales fallecen, se descomponen y sus microorganismos se transforman en elementos que son utilizados de nuevo por las plantas. De este modo, se mantienen vivos los ecosistemas.

“Además, al igual que los bosques y gracias a su estructura vegetal, la posidonia también afianza la arena del fondo del mar y fija los sedimentos. Al evitar que las partículas queden suspendidas, favorece que el agua sea más transparente”, continúa Marbá. “Tener un agua clara hace que entre más luz y que las plantas, como la propia posidonia, puedan hacer la fotosíntesis y aumentar la cantidad de oxígeno en el mar”.

La posidonia tiene también la capacidad de evitar la erosión y proteger así la línea de la costa. Los restos que arrastra la marea, y que antaño servían para envolver el trabajo de los vidrieros, forman barreras naturales de protección.

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La posidonia y el cambio climático

Otro de los beneficios de contar con plantas de posidonia sanas es su capacidad de absorber carbono. Se calcula que las praderas submarinas de especies como la posidonia oceánica, entre otras, ocupan menos del 0,2% de los fondos marinos, pero secuestran el 10% del carbono anual almacenado en los océanos. Un estudio elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha concluido que las praderas marinas almacenan el doble de carbono que los bosques templados y tropicales.

“Son sumideros muy potentes de carbono y otros elementos, como nutrientes y contaminantes, tanto por la absorción que hace la planta como por las partículas que quedan atrapadas en el sedimento de la pradera”, explica Marbá.

Almacenar carbono y evitar que el dióxido de carbono (CO2) siga calentando la atmósfera es clave para frenar el cambio climático. Las praderas de posidonia y de otras plantas marinas juegan, por lo tanto, un papel fundamental para conseguirlo. Sin embargo, el propio cambio climático es una de las grandes amenazas de la posidonia oceánica, una especie muy sensible al aumento de temperatura de las aguas.

“Hace años que estamos constatando que el calentamiento es un riesgo real para la posidonia. Su umbral térmico está en torno a los 28 grados. Cuando la temperatura supera este límite, la mortalidad aumenta. Esto puede variar un poco en función de la zona: en el Mediterráneo oriental, en donde la planta está expuesta a mayores temperaturas, el umbral es un poco más alto. Pero en la zona de Baleares, por ejemplo, está en los 28 grados”, explica Marbá.

Aunque es una de las que más preocupan de cara a los próximos años, el cambio climático no es la única amenaza de la posidonia. Entran en juego la construcción a lo largo de la costa, los fondeos de embarcaciones, la llegada y proliferación de algas y especies invasoras y, sobre todo, la calidad del agua. De acuerdo con la investigadora científica de IMEDEA, el aporte excesivo de nutrientes y de materia orgánica a la zona costera es otra de las causas principales de la pérdida de su extensión.

Esperanza para la posidonia

Se estima que desde los años cincuenta del siglo XX hasta hoy se ha perdido entre un 18 % y un 35 % de la extensión de posidonia en el Mediterráneo, y que las mayores pérdidas se registraron entre 1960 y 1980. “A partir de la década de los ochenta y sobre todo de la de los noventa, la tendencia se redujo. Esto se atribuye a las políticas y acciones que mejoraron el tratamiento de las aguas que se vierten al mar, a mecanismos directos para la conservación de la posidonia y al cambio de concienciación de la población”, señala Marbá.

Hoy, la posidonia oceánica está en la categoría de “Preocupación menor” en la Lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Se estima que su distribución total es de unos 12.000 kilómetros cuadrados y que más de la mitad se encuentra dentro del territorio de la Unión Europea. Sin embargo, la amenaza del cambio climático, el impacto que el ser humano tiene en la costa Mediterránea y el hecho de que se trata de una especie que tarda mucho en recuperarse hacen que sea urgente protegerla.

Al contrario que sucede en la superficie, las plantas que viven en el fondo del mar no tienen muchas facilidades para reproducirse y expandirse. No cuentan con animales polinizadores, por lo que dependen únicamente de las corrientes marinas para lograr su fecundación. Además, señala la investigadora científica de IMEDEA, tan solo el 10% de los haces florecen, aunque se dan variaciones en función de las condiciones.

“Hemos constatado que, tras veranos extremadamente cálidos, la floración de posidonia aumenta. Este incremento de la reproducción puede hacer que haya una mayor probabilidad de que algún genotipo nuevo sea más resistente a las condiciones térmicas y surjan clones más resistentes al calentamiento”, explica Marbá. “Es poco probable que aparezcan, porque el cambio climático va muy rápido y la posidonia crece lentamente, pero sería una posible lectura positiva”.

Actualmente, existen numerosas iniciativas y leyes orientadas a proteger la posidonia oceánica en el Mediterráneo, tanto a nivel europeo como estatal y regional. El Gobierno de Illes Balears cuenta con un decreto pionero que favorece su protección. Prohíbe la pesca de arrastre, el vertido de materiales dragados y el fondeo incontrolado, entre otras acciones.

Existen proyectos como POSIMED, que han creado redes de vigilancia y seguimiento de unas 100 praderas de la hierba marina en las que participan científicos y voluntarios. ONG y otras organizaciones, como Save the Med o Save Posidonia Project, trabajan también para mejorar la situación de la posidonia y sus ecosistemas.

“Lo que es esperanzador es que, cuando se implementan políticas que mejoran la calidad ambiental costera y protegen el ecosistema, las tasas de pérdida disminuyen y las plantas muestran su capacidad para recuperarse. Incluso la posidonia, que crece muy lentamente”, concluye Marbà.