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Ahorro 28 oct 2015

¿Cuánto vale tu tiempo?

Una de las primeras tareas para cualquier emprendedor es determinar el precio de sus productos o servicios. La cifra final debe reflejar no sólo el esfuerzo productivo sino también el creativo y los recursos utilizados.

En definitiva, se trata de dar un valor económico al tiempo y esfuerzo del empresario. Por eso mismo es uno de los pasos más complicados, ya que en casi todas las empresas de nueva creación lo que falta es capital y lo que sobra es tiempo. Así, es común que muchos de estos empresarios de nuevo cuño se quejen de que el trabajo absorbe su vida personal y familiar.

El primer paso para determinar cuánto vale el trabajo de un autónomo es establecer los días y horas que realmente facturará al año. De estos hay que excluir los festivos, fines de semana y días de baja. Además, no todas las horas serán facturables, ya que hay otra serie de tareas adicionales, generalmente de carácter administrativo, que restan tiempo efectivo a la jornada laboral. Una vez calculadas las horas hay que calcular el coste de cada una de ellas sumando los costes fijos (seguridad social, luz, alquiler, teléfono…) y variables (coste de los materiales, gastos financieros…) en los que incurre en trabajador por cuenta propia. La cifra resultante será el mínimo que se puede pedir por hora para cubrir costes y ya sólo hará falta sumarle el margen de beneficios que se desea tener.

En este sentido, la teoría es relativamente sencilla, aunque después la aplicación práctica no lo es tanto, ya que entran en juego otras variables propias de la competencia en el libre mercado y al final una hora real de trabajo puede terminar costando mucho menos. Lo mismo ocurre en la gestión de las finanzas personales. Así, en un post reciente sobre formas alternativas de ahorrar dinero uno de los consejos consistía en traducir los gastos en horas de trabajo como una forma de valorar realmente cada uno de los desembolsos que se realizan. De esta forma, si un gasto de 50 euros podría traducirse como tres horas de trabajo sería más factible recortar los más superfluos o por lo menos contener el afán consumista. En el fondo, sirve para tener una medida real de lo que le cuestan las cosas a cada persona.

Calcular cuánto se cobra por hora trabajada es muy sencillo, basta con dividir el sueldo de un mes entre el número de horas que se trabajan y que por lo general figura en el contrato. Para un salario medio de 21.402 euros (cifras del estudio realizado por Adecco e IESE) el precio por obra trabajada en una jornada semanal de 40 horas es de 11,1 euros descontando fines de semana. En teoría este debería ser el baremo para medir cualquier gasto desde un punto de vista estrictamente financiero. Sin embargo, las cosas no siempre son tan sencillas.

Retomando el ejemplo de una start up, lo más normal es que la falta de liquidez se compense con otro tipo de recursos, como por ejemplo el tiempo disponible del empresario. Así, para ahorrar costes muchas pequeñas empresas optan por ‘invertir horas’. En el fondo se trata de un conflicto de preferencias y de valoración del ‘precio real’ del tiempo del empresario. En el caso de los particulares la metodología no es diferente: cuanto más ajustado sea el presupuesto más valor tendrán las ganancias, aunque luego el beneficio por hora sea menor desde un punto de vista estadístico.

Un buen ejemplo es el dinero que muchas familias gastan en transporte por utilizar el coche en lugar del transporte público. Desde un punto de vista estrictamente financiero es una cuestión que no deja lugar a dudas, pero en la realidad no ocurre lo mismo. En este sentido, una persona puede preferir gastar 150 euros adicionales al mes en gasolina para ahorrarse una hora y media de trayecto diario en tanto que otra no. En la decisión final influirá no sólo el salario de cada individuo, sino también sus necesidades económicas y su percepción del gasto-control económico.

Al final determinar cuánto vale el tiempo de una persona no es sencillo y hay que mezclar la parte teórica con una mucho más subjetiva. Por eso mismo, no hay que tomarse las finanzas personales como una carrera hacia el fin de todos los gastos. La gestión del dinero debe adaptarse a las particularidades de cada persona porque si los sacrificios superan a las recompensas el sistema terminará cayendo por su propio peso.