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Jóvenes y adolescentes Act. 09 jul 2023

Ruta BBVA: Una aventura sin límites

Adrián cruza el Parque Tayrona, en el norte de Colombia, con cierta agilidad. Pasos cortos pero firmes, con ligeros saltitos. El terreno es irregular: selva densa, playas de arena fina, cuestas con considerables pendientes y hasta algún tramo que requiere subir entre grandes rocas. Nadie dijo que ser rutero fuera fácil. Antes de conocer bien a Adrián, algunos de sus compañeros llegaron a dudar que sobreviviera al Tayrona. Sus ganas y su espíritu de superación son sus mejores armas. Nada frena a Adrián, mucho menos su ceguera.

Fotografía: Ruta BBVA 2015 en una etapa del camino de Santiago

Adrián Rincón tiene 19 años, estudia 2º de bachillerato musical y 6º de piano y vive en Salamanca. Adrián además es rutero, título que logró tras participar en la Ruta BBVA 2015. Junto a su compañero David Chiarri, fueron los representantes de la Embajada de la Discapacidad de una expedición que recorrió España y Colombia. Para formar parte de la aventura, Adrián compuso un vallenato para bajo eléctrico, piano, acordeón, percusión y voz. "Me sorprendió mucho ver mi nombre en la lista de seleccionados”, confiesa.

Utiliza el verbo “ver” de forma natural. Él ve a su manera. A través de los sonidos de la naturaleza, los relatos de sus compañeros ruteros y los ojos de Virginia Vecilla. Virginia es monitora de ONCE y fue lazarillo de Adrián durante la Ruta. “En pocos días hicimos un equipazo, nos compaginamos muy bien”, relata. “Adrián es muy autónomo. Además,  el compañerismo que existe en la Ruta y la solidaridad de todos hizo mi trabajo mucho más fácil”.

Adrián vivió su participación en Ruta BBVA como un reto personal pero también con la responsabilidad de demostrar que se puede ver más allá de lo visible. El joven salmantino nació con glaucoma congénito, una enfermedad que daña progresivamente el nervio óptico. Desde los 12 años solo percibe la luz pero logra superar cualquier tipo de barrera. Palpa, escucha la naturaleza y pregunta a sus compañeros. “Recuerdo la sensación de libertad de estar en la selva, no oír ni un solo coche. Solo el sonido de los pájaros y del mar. En las caminatas respiraba tranquilidad, como si no existiese el tiempo”, afirma.

Grabadora en mano, Adrián realizó un diario de viaje para no olvidar cada una de sus experiencias: “Me salía de la tienda y en voz baja lo grababa. Lo hice todos los días como recuerdo. Grabé también el sonido de la selva por la noche o los 170 vagones del tren de Aracataca”. Además, añade que el mejor recuerdo que se lleva son los amigos. “La convivencia en la tienda de campaña, la ayuda de mis compañeros cuando  no encontraba la cantimplora. Me ayudaban en todo lo que podían, nunca me han fallado ni me han dado de lado”.

Adrián aprendió a hacer pádel surf en aguas del Miño y practicó rafting en el río Fonce en San Gil (Colombia). Además participó activamente en el aula de música. Pero sin duda, el mayor aprendizaje se lo llevaron sus compañeros expedicionarios: una gran lección de superación y de mirar al mundo de frente, sin miedos.