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¿Qué es el gas metano y por qué ocupa todas las conversaciones?

El metano (CH4 en su fórmula química) es uno de los gases de efecto invernadero (GEI) más potentes. Como la vida de este gas es más corta, su desaparición tiene un impacto inmediato en el calentamiento del planeta.

Mercurio está tan cerca del sol que su año solo dura 88 días. Sin embargo, aunque es un espectador privilegiado del inmenso reactor de fusión nuclear que es nuestra estrella, no es el planeta más caliente del sistema solar. Donde es de día, su superficie sube a 430°C. Cuando cae la noche, baja a -18 °C. Y es que en Mercurio no hay atmósfera ni gases de efecto invernadero que atrapen el calor. No tiene ni CO2 ni gas metano, por lo que toda la radiación que golpea el planeta sale rebotada de vuelta a la inmensidad del espacio.

La historia en la Tierra es muy diferente. Algunos de los compuestos de nuestra atmósfera sí son capaces de absorber radiación infrarroja. Los gases de efecto invernadero atrapan los fotones que emite la superficie terrestre que ha sido calentada por el sol. Esta energía es transferida después entre moléculas en forma de calor, un proceso que sube la temperatura del planeta. Así, estos gases funcionan como una inmensa manta sin la que la vida en la Tierra no podría existir tal como la conocemos.

Sin embargo, el llamado equilibrio radiactivo entre la energía que nos llega y la que atrapa la atmósfera está cada vez más desequilibrado. Las actividades humanas han provocado un aumento sin precedentes de la concentración de gases de efecto invernadero. Como consecuencia, la temperatura global y el clima están cambiando a una velocidad nunca vista: en el último siglo, la temperatura ha subido 1,1 °C de media. El CO2 es uno de los grandes causantes del calentamiento global, pero cada vez más miradas están puestas en el gas metano: el 60 % de sus emisiones tiene origen en actividades humanas.

La ausencia de gas metano en planetas sin atmósfera impide retener el calor, a diferencia de la Tierra, donde su presencia contribuye al calentamiento.

Características del gas metano

El metano es un hidrocarburo al que puede que le debamos la vida. Cuando las primeras bacterias y arqueas poblaron la Tierra, hace 3.500 millones de años, había mil veces más metano en la atmósfera que hoy. Esta molécula formada por cuatro átomos de hidrógeno alrededor de uno de carbono se convirtió en la parte central de los procesos biológicos de aquellos seres vivos originales y habría logrado regular el clima del planeta.

Si comparamos el metano con el dióxido de carbono (CO2), su potencial de calentamiento durante los primeros 20 años de vida es 86 veces superior. Y, si tenemos en cuenta los primeros 100 años, lo multiplica 28 veces. La diferencia es que su vida es mucho más corta. De media, una molécula de metano desaparece al cabo de nueve años en la atmósfera, mientras que una de CO2 supera los 200 años.

El CH4 es el componente principal del gas natural que usamos para calefacción o generación eléctrica y en la naturaleza lo producen de forma natural los microorganismos anaerobios, aquellos que prosperan donde no hay oxígeno. También lo emiten los volcanes, los responsables de que la atmósfera primitiva tuviese mucho más metano que la actual. Sin embargo, en la actualidad, el % de las emisiones de CH4 tiene origen en las siguientes actividades humanas:

  • Producción y uso de combustibles fósiles. En particular, de la extracción de petróleo y gas natural y, sobre todo, de los yacimientos poco profundos. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) alrededor del 70% de las emisiones de metano generadas por la explotación de los combustibles fósiles se podrían evitar a través de tecnologías ya existentes sin que supusiese un coste adicional. En concreto, con 'cleantech' diseñadas  para reducir, capturar o evitar las emisiones de metano en la cadena de producción, procesamiento y transporte de combustibles fósiles.
  • Agricultura, ganadería y vertederos. Los rumiantes (como las vacas) y el cultivo de arroz son otra de las principales fuentes de metano antropogénico.
  • Quema de biomasa, tanto en los incendios forestales como para uso energético.

Tecnologías de captura y aprovechamiento del metano

Reducir las emisiones de gas metano no solo es posible, sino también rentable. Las tecnologías de captura y aprovechamiento permiten interceptar este potente gas de efecto invernadero antes de que llegue a la atmósfera, con soluciones que van desde la mejora de infraestructuras hasta el uso de sistemas avanzados como membranas o reactores de plasma.

Entre las aplicaciones más extendidas se encuentran las plantas de biogás, que aprovechan residuos orgánicos para generar energía renovable, y los sistemas de captación en vertederos y aguas residuales, capaces de convertir el metano emitido en una fuente energética útil. Estas tecnologías, conocidas como ‘cleantech’, están llamadas a desempeñar un papel clave en la descarbonización del sector energético y en la transición hacia una economía baja en carbono.

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La concentración de gas metano ha aumentado un 262 % desde la revolución industrial, lo que agrava el desequilibrio climático.

El metano y el cambio climático

La atmósfera de la Tierra está formada, sobre todo, por nitrógeno. Este gas supone el 78 % del aire que nos rodea. El segundo elemento más habitual es el preciado oxígeno, que compone otro 20 % de la atmósfera. El CO2, según las últimas mediciones del observatorio de Mauna Loa, supone un 0,000413 %, es decir, 413 partes por millón. Y la concentración del metano es 0,00000189% o 1,9 partes por millón.

Si con presencias tan bajas puede lograr tanto, cualquier cambio en estos niveles tiene el potencial de alterar el clima, tal como ya estamos viendo. Por eso preocupa tanto que la concentración de metano en la atmósfera sea hoy un 262% más alta que antes de la revolución industrial y, sobre todo, que la cantidad de CH4 que emitimos haya permanecido prácticamente estable en las últimas dos décadas.

La parte positiva de todo esto es que podemos reducir las emisiones de metano de forma drástica en pocos años. Además, como su vida es tan corta, su desaparición tendría un efecto casi inmediato en el calentamiento global (al contrario que sucede con el CO2).