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Nuestro futuro común: ¿qué es el informe Brundtland y cómo creó los cimientos del desarrollo sostenible?

Hace 40 años, la ONU encargó organizar una agenda mundial para construir un futuro más próspero, seguro y justo. En 1987, Gro Harlem Brundtland, primera ministra de Noruega, lideró la redacción de un documento que definía el concepto de desarrollo sostenible. No era una predicción, era una llamada a la acción.

Pocos años antes de que el siglo XIX llegase a su fin, Rudyard Kipling publicó ‘El libro de la selva’ y regaló a lectores de todas las edades las aventuras de Mowgli, Shere Khan, Baloo y Bagheera. La colección de cuentos hacía más de una referencia a la “ley de la selva”. Esta expresión comenzó a popularizarse y representa muy bien la filosofía y la visión del mundo que una parte importante de la población tenía en aquel momento.

En algunos contextos, la frase sirvió para mostrar la naturaleza como un medio hostil y caótico.  Un medio que debía humanizarse y dominado para conseguir recursos. Durante las décadas que rodearon la publicación del libro de Kipling, el mundo occidental comenzó una carrera a favor del desarrollo y el consumo. Las personas se fueron desconectando de la naturaleza.

Pero pronto empezaron a surgir voces discrepantes y críticas con este modelo de crecimiento. Y en 1987 se publicó ‘Our common future’ (más conocido como el informe Brundtland). En este documento se define el concepto de desarrollo sostenible y se señala la necesidad de respetar la naturaleza, hacer un uso razonable de los recursos y cambiar las políticas internacionales para asegurar un futuro más equitativo y viable a largo plazo.

El origen del informe Brundtland

En 1984, la Comisión Mundial sobre Medioambiente y Desarrollo se reunió por primera vez para realizar una tarea encargada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Esta consistía en establecer una nueva agenda global que sirviese de cimiento para construir un futuro más próspero, seguro y justo.

Tres años después, la comisión publicó ‘Our Common Future’, que pasó a ser conocido como el Informe Brundtland en referencia a Gro Harlem Brundtland, la primera ministra de Noruega, quien había liderado su redacción. El documento plantea la necesidad de que el crecimiento económico sea más justo para el planeta y para sus habitantes. Y define el desarrollo sostenible como aquel que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las futuras para satisfacer las suyas propias.

El informe desafía el modelo económico internacional, que favorece el consumo sin tener en cuenta la sostenibilidad de los recursos. Este mensaje, que hoy resuena cada vez más en prácticamente todos los sectores, no era tan habitual a finales de la década de los ochenta. Algo que estaba a punto de cambiar.

“En 1987, cuando el informe Brundtland vio la luz, las economías avanzadas ya habían vivido el largo periodo de crecimiento que se inició al finalizar la II Guerra Mundial, pero también habían observado los estragos del crecimiento en la calidad medioambiental y la merma en la disponibilidad de recursos naturales”, explica Juana Aznar Márquez, profesora titular del departamento de Estudios Económicos y Financieros de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Ese año, las economías avanzadas ya habían superado varias crisis económicas, y políticos como Ronald Reagan y Margaret Thatcher lideraban una visión liberal en la que el mercado era protagonista. La comisión encargada de redactar el Informe Brundtland observó que el sistema económico imperante conducía a la pobreza, a la vulnerabilidad y a la degradación del entorno.

“Si se quería seguir creciendo, se debía procurar la conservación de los recursos. De esta manera, se introduce en este informe una idea de responsabilidad vinculada a la de sustentabilidad que luego ha sido utilizada, y matizada, por distintas instituciones internacionales”, explica Aznar.

Las claves del informe Brundtland

Tal y como explica el doctor en Economía Roberto Juan Bermejo Gómez en su informe ‘Del desarrollo sostenible según Brundtland a la sostenibilidad como biomímesis’, después de la II Guerra Mundial se produjo la mayor ola de crecimiento de la historia del capitalismo y se propagaron dos ideas principales: por un lado, que la paz favorece un crecimiento que a su vez permite a los países en vías de desarrollo seguir los pasos de los desarrollados; y por el otro, que los recursos planetarios son ilimitados, por lo que el crecimiento puede continuar sin fin.

El informe Brundtland desafía esta visión. En primer lugar, reivindica que los sistemas políticos garanticen una distribución de los recursos más equitativa y protejan a las personas frente a un modelo de crecimiento desigual. En segundo lugar, recuerda que los recursos de la Tierra no son finitos, y que deben utilizarse de forma que se garantice su disponibilidad tanto para las generaciones presentes como para las futuras.

“El informe considera que, para que se pueda seguir avanzando y para lograr un equilibrio entre economía y ecología, se deben tomar decisiones. No se puede dejar que el sistema económico funcione por sí solo, porque el resultado sería un mayor daño ambiental sin que los beneficios de crecimiento se ampliaran a toda la sociedad, y mucho menos a todo el planeta”, señala Aznar.

El impacto del informe Brundtland

Tal y como se indica en el propio texto, cuando se publicó en 1987, el informe no quería ser una predicción futurista, sino una llamada a la acción. Y lo cierto es que tuvo cierto impacto y dio pie al desarrollo de diferentes iniciativas.

En 1992, por ejemplo, tuvo lugar la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, que en su Programa 21 definía planes de acción específicos para lograr el desarrollo sostenible a nivel nacional, regional e internacional. En 2002, se celebró la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en la que se aprobó el Plan de Aplicación de Johannesburgo, que propuso una serie de objetivos y acciones prácticas para erradicar la pobreza y proteger el medioambiente.

Hoy contamos con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, cuyos principios se basan en la definición enunciada en el informe Brundtland y van más allá, ya que proponen que se pueda avanzar sin dejar a nadie atrás.

Sin embargo, falta mucho para que los ideales que inspiraron el informe Brundtland rijan los modelos económicos y sociales. “Hoy en día, casi 40 años después de la publicación del informe Brundtland, hay compromisos que cuentan con amplio apoyo internacional, como el Acuerdo de París, pero que siguen sin ser apoyados de forma unánime”, comenta Aznar.

De acuerdo con la profesora de la Universidad Miguel Hernández de Elche, el hecho de que el informe no proponga metas ni objetivos y se base solamente en las buenas intenciones tiene mucho que ver con el alcance de su repercusión. “Esto no quita que no haya llevado a diferentes reflexiones, iniciativas e incluso medidas de política económica, pero cambios sustanciales y a nivel planetario no se han llevado a cabo”, reflexiona.

Entra también en juego lo que destaca Bermejo en su trabajo, y que ha dado lugar a algunas críticas al informe Brundtland: el hecho de que el concepto desarrollo sostenible puede considerarse un oxímoron. Esto se debe a que el desarrollo en sí se interpreta como crecimiento, lo cual no tiene fin, y por tanto no puede resultar sostenible.

No obstante, este informe marcó un antes y un después en la concepción de la sostenibilidad y sigue siendo un referente para quienes consideran que el mundo debe dirigirse hacia un sistema económico y social más justo. “El considerar que el planeta es finito y por lo tanto también lo son los recursos, y sobre todo que la utilización de los mismos no puede quedar en muy pocas manos es algo que debemos tener presente. Cuidar nuestro planeta y a quienes viven en él debería ser un compromiso de todas las personas que lo habitamos, aunque no siempre es así”, concluye Aznar.