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Seguridad alimentaria: ¿Qué sucede cuando fallan los alimentos?

La seguridad alimentaria de los seres humanos depende de la disponibilidad física de los alimentos, el acceso económico y físico a los mismos y su correcta utilización. El acceso a un sustento nutricional seguro estimula, además, la sostenibilidad.

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En enero de 2020, cuando una parte del mundo observaba con atención los inicios de la pandemia, otros alertaban de una amenaza ya conocida a miles de kilómetros de distancia: una plaga de langostas del desierto amenazaba con generar una grave crisis humanitaria en África Oriental.

La de las langostas del desierto es una de las plagas migratorias más antiguas que se conocen y también una de las más devastadoras. Estos insectos son capaces de ingerir su propio peso en alimentos en cuestión de horas. Un enjambre de un kilómetro cuadrado tiene el potencial de comer en un día la misma cantidad que 35.000 personas. Durante la última gran plaga, se han llegado a detectar enjambres de hasta 2.000 kilómetros cuadrados.

Tras su llegada, el cielo se oscurece y los cultivos se cubren de insectos. Sin ayuda internacional, es muy poco lo que los agricultores pueden hacer para pararlas: si los vientos las acompañan, son capaces de desplazarse hasta 150 kilómetros al día. De este modo, estas plagas llegan a afectar al 20 % de las regiones de la tierra.

Como consecuencia, amenazan los medios de subsistencia de una de cada diez personas en el mundo y afectan gravemente a su seguridad alimentaria. Es decir, al acceso a alimentos nutritivos y suficientes para satisfacer sus necesidades energéticas diarias.

¿Qué se necesita para lograr la seguridad alimentaria?

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la seguridad alimentaria de las personas depende de cuatro factores: la disponibilidad física de los alimentos, el acceso económico y físico a los mismos, su correcta utilización y la estabilidad en el tiempo de las tres dimensiones anteriores. Para que puedan cumplirse los objetivos de seguridad alimentaria, estos cuatro factores deben darse de forma simultánea.

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“La seguridad alimentaria puede fallar por problemas de disponibilidad, cuando no se producen alimentos o no son accesibles por conflictos, sequías u otras muchas razones”, explica Amador Gómez Arriba, director de I+D+I de Acción contra el Hambre. “En otras ocasiones sí hay alimentos en el mercado, pero las familias no tienen el poder adquisitivo suficiente para acceder a ellos”.

Además, para garantizar la seguridad alimentaria es importante que los alimentos sean sanos, variados y suficientes. “Para un adulto, el aporte nutricional debe estar entre las 2.200 y las 2.500 kilocalorías diarias. Cerca de un 40% deben ser proteínas, en torno a un 30 % hidratos de carbono y el resto, líquidos”, explica Gómez.

Estos alimentos deben ser, además, seguros. Datos de la ONU revelan que los alimentos que contienen bacterias, virus, parásitos o sustancias químicas dañinas pueden causar más de 200 enfermedades diferentes, que van desde la diarrea hasta el cáncer. Se calcula que una de cada 10 personas enferman cada año después de ingerir alimentos contaminados, lo que crea un círculo vicioso de enfermedades y desnutrición que afecta especialmente a los niños, los ancianos y las personas enfermas.

Otra seguridad, la nutricional

Para acabar con el problema de las enfermedades relacionadas con la alimentación, no basta con tener acceso a una buena dieta: es necesario garantizar también lo que se conoce como seguridad nutricional. “Hay lugares en donde hay seguridad alimentaria, pero no hay seguridad nutricional”, explica Gómez. “Las personas pueden tener acceso a alimentos, pero si el saneamiento no es el adecuado o el acceso a agua potable no está garantizado, pueden desarrollar enfermedades como la diarrea o el cólera, que impiden aprovechar correctamente sus nutrientes”.

Así, el acceso a alimentos seguros y agua limpia son fundamentales para desarrollar protocolos sanitarios y garantizar la prevención sanitaria. Además, y de acuerdo con la ONU, su acceso apoya las economías nacionales, el comercio y el turismo, estimulando la sostenibilidad.

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“Solo las personas bien alimentadas tienen la capacidad de tomar buenas decisiones de forma independiente”, señala Gómez. “La falta de alimentación, sobre todo cuando se produce en los dos primeros años de vida, acaba teniendo un impacto en lo que llamamos desnutrición crónica. Esta afecta al desarrollo intelectual de los niños, que pueden perder hasta dos puntos del coeficiente intelectual”.

De acuerdo con el técnico de Acción contra el hambre, la inseguridad alimentaria y la desnutrición se convierten en trampas que hipotecan las nuevas generaciones. “Los desnutridos de hoy son los pobres del mañana. Invertir en nutrición es invertir en salud y nuevas oportunidades”.

Dónde azotan el hambre y la falta de seguridad alimentaria

A nivel global, los mayores problemas de inseguridad alimentaria y desnutrición se dan en dos grandes zonas geográficas: el África subsahariana y parte del cuerno de África y Asia. “En la primera, existe un gran porcentaje de personas que no alcanza la seguridad alimentaria. Si hablamos en niveles absolutos, predomina Asia. Sobre todo, por la influencia de países como la India, en donde un pequeño porcentaje representa muchísimas personas”, señala Gómez.

De acuerdo con el ‘2023 Global report on food crisis’, iniciativa del Global Network Against Food Crisis, al menos 258 millones de personas se encontraban en una situación de crisis en 2022. La cifra supone un incremento de 65 millones de personas en comparación con los niveles de 2021.

Estos 258 millones de personas se encuentran en la tercera categoría de la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad alimentaria (CIF o IPC, por sus siglas en inglés), que divide las situaciones de seguridad alimentaria en cinco grandes grupos en función de su gravedad: mínima, de estrés, de crisis, crítica o de hambruna.

La fase cuatro, considerada como crítica, sumaba un total de 35 millones de personas en 2022, mientras la cinco, hambruna, alcanzaba las  310.000 personas. Estas se encontraban sobre todo en países como Burkina Faso, Haití, Malí y, casi tres cuartas partes de ellas, en Somalia.

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Detrás de las cifras del hambre destacan los conflictos, las consecuencias de fenómenos meteorológicos extremos y el cambio climático (el clima es uno de los factores relacionados con la proliferación de plagas como la de las langostas del desierto, por ejemplo) y, más recientemente, la pandemia de la COVID-19. “Hace tres o cuatro años empezamos a asistir a un estancamiento de los avances”, explica Gómez. “Ahora, a los conflictos y el clima se sumó una tercera C: la crisis sanitaria de la COVID-19”.

La seguridad alimentaria en América Latina

América Latina es un buen ejemplo de cómo apoyar al pequeño agricultor y fomentar la sostenibilidad puede aumentar la seguridad alimentaria. “Allí existe una agricultura familiar poco desarrollada y que depende en gran medida del clima. De las lluvias depende que la producción pueda alimentar a la familia hasta la siguiente estación agrícola, pero, con frecuencia, esto no pasa”, explica Gómez.

Cuando se dan periodos de carencia, los agricultores se ven obligados a adoptar estrategias de adaptación más críticas o dramáticas para poder conseguir alimentos. “Trabajar como jornaleros, hacer uso de sus reservas o, si estas se acaban, hipotecarse o vender sus bienes”, continúa Gómez. “Para que esta agricultura de subsistencia sea sostenible y tenga más futuro es importante facilitar el acceso a recursos hídricos, mejores técnicas para explotar la tierra y por supuesto el acceso a energías en el entorno”, añade.

Aunque cumplir el Objetivo Hambre cero para 2030 parece hoy muy lejano, existen experiencias exitosas que demuestran que aumentar la seguridad alimentaria mundial es posible. “Hoy en día acabar con el hambre no es un reto técnico, se sabe qué hay que hacer –señala Gómez–, se trata de un tema político, de visibilizar la realidad de los que no existen y darles una oportunidad”.

'Podcast': Insectos, algas y alimentos 3D: la base futura de una alimentación sostenible

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