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Educación en los colegios, la vacuna más eficaz contra el desperdicio alimentario

La escuela y el hogar son dos espacios de concienciación importantes para reducir las sobras y poner en valor la comida. Analizar lo que se queda en el plato y trabajar en el huerto escolar, cocinar en familia y aprender sobre conservación de alimentos o consumo preferente, así como acercarse a los productores locales, son iniciativas esenciales contra el desperdicio alimentario.

Cuando termina la jornada, los niños y niñas del colegio público Joan Torredemer de Matadepera, pueblo de interior a unos 50 kilómetros de Barcelona, van dejando en un cubo lo que queda en sus cantimploras. Ese agua se aprovechará para regar el huerto. Desde este curso, el centro lleva a cabo una auditoría alimentaria. En ella, cada comensal del comedor escolar separa lo que le ha sobrado del plato y anota su peso según tres categorías: comida desaprovechada, restos (cáscaras, huesos o espinas) y agua. El balance se evalúa semanalmente, y son los propios alumnos quienes proponen ideas de mejora. Por ejemplo, no llenar hasta arriba los vasos o, en la medida de lo posible, servirse ellos mismos las raciones, en función del hambre que tengan.

“En nuestro mundo desarrollado tenemos acceso ilimitado a la comida. De hecho, en cualquier momento del año, no solo en temporada. Eso hace que los alimentos pierdan valor”- Así lo lamenta Susagna Escardíbul, pedagoga y parte del equipo de la Fundación Catalana de l'Esplai (Fundesplai). Ella ha elaborado el programa pedagógico en torno a la prevención del desperdicio alimentario en las casi 300 escuelas en las que gestiona el tiempo educativo de mediodía, el centro Joan Torredemer entre ellas. En realidad, hay educación alimentaria siempre que la actividad que organice, ya sea excursión, convivencia o campamento, incluya alguna ingesta.

Causas del desperdicio alimentario

Escardíbul cree que una de las causas del desperdicio alimentario es la desconexión entre la producción y el consumo. “Existe tanta distancia entre ambos que hay menores que piensan que un tomate crece en los lineales de los supermercados”, detalla. El antídoto o vacuna es ir al origen y visitar a los agricultores y los mercados. Así se puede ver lo que cuesta producir, también participar en el huerto escolar o conocer recetas de aprovechamiento.

El entorno escolar es perfecto para trabajar la mejora de hábitos desde edades muy tempranas. En particular, los comedores y aulas de mediodía pueden convertirse en talleres prácticos de aprovechamiento. La experiencia ha enseñado a Fundesplai que los resultados son mucho mejores cuando el proyecto educativo del mediodía se coordina con el claustro docente y se alinea e integra con el del colegio.

Sin embargo, y a pesar de su importancia, no existe una educación basada en la cocina, según detectan los profesores Judit Sabido-Codina (Universidad de Vic) y Joan Santacana (Universidad de Barcelona), coordinadores de ‘La cocina educativa’, un libro que reúne las reflexiones de un elenco de expertos sobre las interrelaciones entre la alimentación, la gastronomía, la dietética o la cultura. “Las valiosas fórmulas culinarias que solían atesorar nuestras abuelas, aún cuando fueron transmitidas de generación en generación, han generado una literatura educativa relativamente escasa”, aseguran. “Tampoco la escuela ha incorporado fácilmente la cocina entre sus materias importantes”, subrayan.

Podcast | ¿Qué se puede hacer para evitar el desperdicio alimentario en casa?

00:00 17:08

Los currículos escolares ponen más énfasis en el aspecto nutricional que en el alimentario, que es un concepto más amplio, según observa Escardíbul. “El desaprovechamiento de la comida no es todo lo visible que debería en la escuela, pero creo que cada vez lo será más, puesto que la emergencia climática lo está poniendo en un primer plano”, declara.

La familia mejora los hábitos

La familia es el otro gran espacio para la educación alimentaria. Involucrar a los chicos y chicas en la preparación de menús sencillos y saludables no solo otorga importancia a lo que luego se pone a la mesa, sino que reduce la neofobia o miedo de los más pequeños a probar sabores nuevos, según defienden investigadores del Basque Culinary Center y la Universidad del País Vasco en un trabajo publicado en la revista ‘Nutrición Hospitalaria’. Otro estudio, publicado en el ‘Journal of Nutrition Education and Behavior’, certifica que los hábitos de los jóvenes mejoran cuando sus padres les hablan de las propiedades saludables de lo que ingieren.

Cada nuevo bocado que se sirve en los comedores gestionados por Fundesplai se introduce acompañado por un cartel que explica su origen y sus beneficios para la salud, como una forma de despertar la curiosidad, que lleva al conocimiento, que lleva a la valoración, que lleva al respeto. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) pide respetar los alimentos, valorar las sobras y utilizar los desperdicios, por ejemplo haciendo compost.

El trabajo que se desarrolla en el hogar y el que tiene lugar en la escuela se retroalimentan y benefician mutuamente, a juicio de Escardíbul. “Vemos que hay una transferencia de lo que hacemos en el colegio a las casas, y a la ciudadanía en general, para ir hacia un consumo basado en el valor de los alimentos”, se enorgullece. Los menores son unos pepito grillo capaces de actuar como agentes de cambio; así lo han demostrado en otros frentes abiertos de la sostenibilidad, como es el caso del reciclaje.

Los recursos pedagógicos que ofrece Fundesplai –abiertos al público– se encuadran dentro de una iniciativa más global denominada ‘Alimentos para cambiar el mundo’, que entiende la alimentación como una palanca de cambio. Tienen un carácter lúdico y práctico, se ponen fácilmente en marcha y animan a colaborar con otras entidades que luchan contra el desperdicio alimentario. Las posibilidades son infinitas: preguntas sobre la conservación o las diferencias entre consumo preferente y fecha de caducidad, gincanas, sopas de letras o crucigramas temáticos.