El poder de una semilla: la historia de Wangari Muta Maathai
Fue una simiente con nombre de mujer, el embrión del ecologismo y la reforestación en África. La keniata Wangari Muta Maathai, hija de campesinos, tuvo la oportunidad de estudiar y la capacidad para conectar desigualdad y degradación ambiental. La mujer-árbol fortaleció recibió el Premio Nobel en 2004.
Todos tenían mucha sed, hacía demasiado que no llovía y nadie sabía qué hacer en la sabana. Algunos guardaban en su memoria una antigua historia, una que hablaba de un árbol mágico que daría de beber y comer a quien recordara su nombre. El problema era que solo los espíritus del Kilimanjaro sabían la respuesta correcta. Los habitantes del monte mágico africano recibieron la visita del león, el guepardo, el búfalo y el mono. Intentaban salvar su tierra, pero todos acabaron fracasando, olvidando el nombre o perdiéndose por el camino. Hasta que la tortuga, con paso lento pero seguro, pudo recordarle al árbol mágico cómo se llamaba. Era awongalema, el árbol de la vida.
Pasó el tiempo, la historia se convirtió en leyenda y sus orígenes se olvidaron. Llegó la edad de los hombres y sus máquinas y el poder de los árboles mágicos se fue desvaneciendo. Primero desparecieron sus raíces y la hierba que crecía bajo su sombra y después la tierra, arrastrada por el agua. Los ríos se enturbiaron y cada vez había que ir más lejos a buscar algo que beber. Hasta que alguien volvió a soñar con restaurar su poder. La historia de Wangari Muta Maathai es, como la de la tortuga de la leyenda, una historia de tiempo, paciencia y tesón por devolverle a la sabana la protección de todos sus awongalemas.
La semilla de una vida diferente
Acarrear agua, recoger leña, trabajar en el campo. Una niña que nacía en la Kenia colonial de 1940 no podía aspirar a mucho más en la vida. Wangari Muta Maathai, hija de campesinos de etnia kikuyu, no era diferente. Pero los espíritus del Kilimanjaro le tenían reservado un destino diferente. Muta Maathai podría estudiar, podría viajar y podría regresar a su país para restaurar el poder de los árboles. Sería, también, una de las primeras mujeres africanas en doctorarse y la primera en ganar un premio Nóbel. Lo hizo en 2004 por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz.
Pero volvamos a Nyeri, su pueblo natal en las tierras altas centrales de Kenia, y a 1940. Como tantos otros keniatas, sus padres trabajaban en una granja de propietarios blancos. A pesar de las dificultades, su madre se esforzó para que Wangari Maathai y sus hermanos fuesen a la escuela, aprendiesen inglés y completasen la educación básica. Con 20 años, cuando la rebelión Mau Mau que abriría la puerta la independencia de Kenia de Reino Unido tocaba a su fin, la vida de Maathai tomaría un rumbo inesperado: viajaría a la lejana Atchison, en Kansas (EE. UU.).
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En aquel pueblo en medio de la nada en la otra mitad del mundo, Muta Maathai se graduó en biología gracias a un programa de becas promovido por John F. Kennedy (entonces todavía senador), que apoyó los estudios de 300 jóvenes del este de África. Mientras completaba un máster en biología, ya en la Universidad de Pittsburgh, Maathai se familiarizó por primera vez con el ecologismo, la reforestación y la restauración ambiental. La semilla del gran proyecto que dirigiría su vida había empezado a germinar.
Un muro verde para África
Tras su paso por EE. UU., Wangari Muta Maathai volvió a Kenia con la promesa de un trabajo como asistenta investigadora de un profesor de zoología de la Escuela Universitaria de Nairobi. Nunca se lo dieron (ella siempre dijo que por prejuicios de género y etnia), pero las oportunidades iban a seguir llamando a su puerta. Poco después empezaría a trabajar para el recién creado Departamento de Anatomía Veterinaria de la Universidad de Nairobi, que llegaría a dirigir tras doctorarse en Anatomía Veterinaria en 1970 (fue la primera mujer de África Central y Oriental en alcanzar ese nivel académico).
En aquellos años, el pequeño brote ecologista fue ramificándose en un fuerte activismo por el medioambiente, pero también por los derechos de las mujeres, la igualdad y la democracia. Fue a través de la organización feminista Consejo Nacional de Mujeres de Kenia (NCWK) que Maathai conectó los puntos de la desigualdad, la pobreza y la degradación ambiental. Las mujeres campesinas tenían que ir cada vez más lejos a por agua y madera porque los árboles habían desaparecido y los ríos se habían contaminado. Solo su recuperación iba a permitir a Kenia desarrollarse de forma sostenible.
En el Día Mundial del Medio Ambiente de 1977, el NCWK completó un acto en el que plantó siete árboles en el parque Kamukunji en las afueras de Nairobi. Era un gesto conmemorativo, en honor a líderes históricos de la comunidad, pero la reforestación de Kenia había comenzado. De aquel gesto nacería el Movimiento Cinturón Verde, bajo el cual Muta Maathai convencería a miles de mujeres para trabajar juntas, sembrar semillas y cultivarlas en invernaderos para después plantarlas para que los árboles volviesen a crecer en Kenia, manteniendo la tierra unida, frenando la erosión, almacenando el agua de la lluvia y dando recursos a las comunidades campesinas.
Maathai logró que el movimiento fuese apoyado por la Sociedad Noruega de Silvicultura, el Fondo Voluntario para Mujeres de Naciones Unidas y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, entre otros organismos. Mientras tanto, sus árboles no sólo sostenían la tierra, sino que también ayudaban a que los valores democráticos y feministas enraizasen en la sociedad. Kenia celebró sus primeras elecciones multipartidistas en 1992 y una década más tarde Maathai, quien en más de una ocasión había acabado en la cárcel por su lucha activista contra la deforestación y la represión política, fue elegida parlamentaria. Dos años después recibió el Premio Nobel de la Paz.
Tras sufrir un cáncer de ovario, Wangari Muta Maathai murió el 25 de septiembre de 2011. Tras sus huellas y las del Movimiento Cinturón Verde, 51 millones de árboles más crecen hoy en Kenia y miles de mujeres han tomado las riendas de sus vidas y sus comunidades. Los espíritus del Kilimanjaro tienen quien le recuerde al mundo el poder mágico del awongalema.